
Construir entornos seguros: estrategias para abordar el bullying en el colegio
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Departamento de Orientación de Hastings School
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Una de las preocupaciones más comunes en los centros escolares es la gestión del acoso escolar. Para muchos niños y adolescentes, la vuelta al colegio viene acompañada de una sombra de miedo y temor por tener que reencontrarse con sus acosadores. Esta realidad obliga a las instituciones a adoptar un papel activo y comprometido, tanto en la prevención como en la intervención ante cualquier escenario de abuso.
Para combatir esta problemática, es imprescindible que los centros escolares cuenten con unas políticas firmes, actualizadas y bien definidas que aborden, no solo la respuesta ante los casos de acoso, sino también su detección temprana y prevención.
Para ello, hay que tener en cuenta que el bullying puede manifestarse de diferentes maneras. Algunas son más evidentes, como las agresiones físicas o las amenazas verbales. Sin embargo, también hay maneras de agredir que son más silenciosas, como la exclusión o la difusión de rumores maliciosos. En este último escenario entran también aquellas que se producen en la red, cada vez más frecuentes y menos fáciles de identificar por parte de los docentes.
De este modo, el acoso puede ser abierto y amenazador, en el que se manifieste claramente una situación de desequilibrio entre el acosador y la víctima; o bien ocurrir de manera sutil y encubierta, dificultando su detección.
¿Cuáles son las motivaciones más habituales que hay detrás del acoso escolar?
Principalmente, los casos de abuso vienen motivados por un perjuicio contra grupos particulares a los que se les presupone una debilidad por parte del agresor que suele estar relacionada con su raza, religión, orientación sexual, necesidades especiales o las circunstancias familiares que rodean a la víctima. De este modo, se busca señalar aquello que hace diferente a otro niño, incluso cuando esa diferencia es percibida, sin importar si es algo real o no.
Detectar que un menor está siendo víctima de acoso requiere observar señales directas e indirectas. Habitualmente, los niños y adolescentes que están sufriendo episodios de acoso escolar suelen manifestarlo de manera inconsciente, incluso cuando no quieren verbalizarlo. Por ejemplo, muestran un lenguaje corporal reprimido, evitan el contacto visual o tienen dificultad para dormir. Hay otros signos más evidentes como la reticencia a ir al colegio, el cambio de horarios y hábitos establecidos o elegir la compañía de alumnos frente a compañeros de su misma edad.
Frente a esta realidad, el colegio debe actuar con un enfoque integral. No basta con intervenir cuando se produce un incidente, es necesario implementar medidas preventivas que promuevan un clima escolar seguro y respetuoso. Esto incluye recopilar de manera proactiva información sobre conflictos entre alumnos, formar a todo el personal para que conozcan los principios de la política antiacoso, las responsabilidades legales asociadas y, por último, los protocolos de actuación. Por supuesto, deben saber enfrentarse a conflictos de este tipo, saber resolverlos y tener claro a quién acudir para solicitar apoyo especializado.
En definitiva, el objetivo de los colegios debe ser doble. Por un lado, que el personal educativo se sienta preparado y respaldado para gestionar el problema del acoso escolar con eficacia y, por otro lado, que los alumnos se sientan empoderados, capaces de rechazar cualquier tipo de abuso y de buscar ayuda sin miedo.