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¿Deberes? Mejor optar por un aprendizaje activo durante el verano

 

    • Emma Duffy,  Directora de Infantil y Primaria de Hastings School

Con la llegada del verano viene también el eterno debate: ¿deberes sí o deberes no? Como ocurre en otros muchos aspectos de la vida, en el equilibrio está la respuesta. Las vacaciones de verano están pensadas para que los niños descansen y, de alguna manera, rompan con la rutina que han seguido durante el curso. Pero esta no implica que deban permanecer inactivos durante los tres meses que duran las vacaciones de verano.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que no se debe generalizar. Cada caso es diferente y cada situación académica también. En el caso de que desde el colegio se recomiende o envíe algún tipo de tarea para el verano, lo importante es entender el porqué. Localizar si ha habido alguna dificultad durante el curso para que, entre el mundo docente y las familias, ponerle solución. Es decir, localizar si hay algún problema en el método de estudio y aprovechar los meses de verano para corregirlo. A veces, más que repetir ejercicios, se trata de fortalecer hábitos de estudio, mejorar la organización personal o reforzar áreas concretas como la comprensión lectora o las matemáticas.

No obstante, sí que es importante destacar que, si el trabajo durante el curso ha sido constante y eficaz, los niños pueden disfrutar de su descanso y desconexión. El no tener deberes unos deberes pautados no quiere decir que los niños tengan que estar todo el verano pegados al móvil o Tablet. Hay muchas maneras de que sigan manteniendo su mente activa sin estar 8 horas delante de un libro. El verano es el mejor momento para que pongan en práctica aquellas actividades que en el día a día del curso no se pueden ejecutar. Leer libros (que sea por placer y no por obligación), practicar deporte con amigos, hacer talleres de pintura o música o cualquier otra actividad que permitan desarrollar su creatividad.

También hay muchas tareas cotidianas que pueden tener un valor educativo como, por ejemplo, hacer la compra y aprovechar para hacer sumas mentales con los precios; o hacer una receta y calcular las proporciones de los ingredientes. Estas experiencias, además de ser oportunidades para practicar matemáticas, favorecen su autonomía personal.

Por otro lado, no hay que tener miedo a que establezcan cierta rutina. Por supuesto, no tienen que ser los mismos horarios o actividades que se siguen durante el curso. Su rutina de verano puede ser ir a un campamento de verano, ir a cursillos de natación por las mañanas o establecer una hora de lectura.

No podemos olvidar tampoco que los niños también aprenden jugando. Por ello, se pueden poner en práctica numerosas dinámicas que les entretengan, divierta y con las que, a su vez, aprendan y refuercen conocimientos que habían adquirido durante el curso. A través del juego se desarrollan habilidades cognitivas como la memoria, la resolución de problemas o el pensamiento estratégico. Los juegos de mesa, por ejemplo, son una gran manera de ejercitar ciertas habilidades. Además, hacerlo en familia o con amigos les invitará a querer hacerlo más veces.

No obstante, también es fundamental que los niños tengan tiempo para aburrirse. El aburrimiento da pie a que puedan desarrollar su creatividad. Ante el aburrimiento, los niños se inventarán juegos o maneras de entretenerse.

En definitiva, la época estival no tiene que convertirse en una prolongación del curso, ni tampoco un vacío de estímulos. Lo ideal es encontrar un equilibrio entre el descanso y una estimulación adecuada y que puedan hacer todas aquellas actividades que, durante el curso, no pueden ejecutarse. Además, a ello se le suma que pueden disfrutar de mucho más tiempo con la familia y amigos.

 

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